Kiki de Montparnasse

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Kiki de Montparnasse

sábado, 3 de junio de 2017

RAMÓN CASAS DE BARCELONA, LA MODERNISTA

Ha hecho un mayo agradable. Nada caluroso, no puedo quejarme. Una tarde entre semana estuve en la exposición de Ramón Casas. Conocía a Casas desde mis felices años de Barcelona, cuando iba a los Quatre Gats con toda la nostalgia del mundo a mis espaldas, imaginando la taberna que fue en los años de Casas y Picasso, no el restaurante turístico y pijo en que lo convirtieron. Tabernas así había muchas en los años finiseculares de aquella Barcelona modernista.

Ahora, en esta madrileña tarde de mayo, mientras recorro las salas con los cuadros de Casas, Ruiseñol y otros, sentía que yo era parte de cada cuadro, que desaparecía del espacio que ocupaba en los pasillos de Caixaforum y entraba de lleno en ellos. En aquel mundo que era mi mundo, y no en este de ahora que me es tan ajeno, mientras ese otro me era tan familiar, me hacía sentir segura, pues contenta o triste podría haber vivido aquellos momentos, mas era parte de ese universo, como un todo sin desgarramiento posible. No con esta parte carnal mía que habita el mundo exterior y la otra, la verdadera, que habita mis espacios interiores poblados por toda una icononografía que muere en 1914. Son emociones que he vivido en París, Viena, Praga, Zell tanta veces…





Nostalgia cómoda, dirían unos, y otros algo que está tan de moda: la nostalgia es un arma peligrosa. Evidentemente la nostalgia no conviene a los mercaderes de hoy. Que haya deplorables que sepamos que el mundo fue de otra manera, no perfecta y muy dura sí, pero infinitamente más humana, no es un asunto conveniente a los intereses del establishment. Mirando aquellos cuadros y sentir que nadie tenía que dar un discurso latoso sobre alguna mamarrachada de la feria de ARCO, era aquietante a mi espíritu. Porque todo estaba ahí, dicho sin misterios ni oscuridades. La luz, los juegos y las sombras quedaban nítidamente, gloriosamente claros. El mundo de tabernas, prostitutas, borrachos, amas de casa, modistillas, poetas, pintores en la miseria, café-concerts y bares, donde se calentaban el alma y el cuerpo con absenta y estufas que no podían prender en sus casas, se me antojaba totalmente humano, gregario pero tan intimista. Sin despersonalización. La vida por la vida y a la muerte cuando toque sin miedo, sin angustias, sin preparativos. Desorden dentro del orden. Sufrimientos sin deslealtades. Gente que viene y que va con un código de honor dentro del deshonor. Mas un código de honor hoy perdido.






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