Habitar mis mundos personales a mi manera particular. Reflejos que han viajado conmigo toda la vida. Por cada rincón del mundo que anduve: siempre han estado conmigo.
Kiki de Montparnasse
sábado, 12 de octubre de 2019
domingo, 6 de octubre de 2019
La Emperatriz Isabel
La Emperatriz Isabel
Nieta del rey de Baviera, pero que no ruenía los 16 antepasados de rigor- que no quiere decir 16 generaciones de nobles- sino ocho tatarabuelos nobles, en su caso se coló una tatarabuela norteamericana por la parte paterna del duque Max.
Primero os
ruego que me leáis con calma, paso a paso, no voy a ser muy retórica, iré al
grano.
Vamos a
dejar a un lado los lugares comunes: de que si era duquesa “en” Baviera, de que
no se lavaba los dientes, de que era anoréxica y cocainómana (lo cual era casi
toda la alta sociedad vienesa, pero la coca no estaba procesada en los
laboratorios de Colombia), que si la suegra le quitó a los hijos... Algo que de hecho sí la afectó mucho, pero después lo olvidó. Austria ha hecho de todo ella una leyenda que le ha
salido la mar de rentable, no solo a Viena, sino a muchos y muchas.
Desmitifiquemos
a Elisabeth en un sentido u otro. Ni Sisi, ni mujer adelantada a su tiempo porque fumaba o se tatuó un ancla, ello viene de su rebeldía y amor al mar, que para ella representaba la libertad como toda romántica de su tiempo. Por
favor, nos debe estar odiando desde donde quiera que esté. La
importancia de Elisabeth no era su procedencia, sino estribaba en ella, en ser
quién fue y en su atemporalidad, fue más bien una mujer universal y renacentista.
Sus mejores biógrafos
fueron: Egon Caesar Conte Corti (un poco laudatorio pero uno de los primeros en
investigarla) y el checo Karl Tschuppik, la más famosa y su gran detractora:
Brigitte Hamann, buena investigadora pero muy parcial, en ella se basa las medias verdades de la exposición
de Viena. La culebrónica Hamann casi que la pone como una loca perdida al final de sus días, dan ganas de llorar, por cierto falleció hace poco. Katrin Unterreiner la trata bastante bien.
Yo llegué a
Viena una mañana de 1980 y me enamoré de aquel retrato de una mujer enigmática en salto de
cama con una frondosa cabellera oscura que caía en cascadas sobre sus hombros y espaldas. La
nariz y la frente de un meridiano perfil griego. Creo que Winterhalter supo captar toda su aura en ese retrato con maestría. Luego, cuando vi el retrato de
las estrellitas no podía dar crédito que fuera la misma persona, y lo encontré una
cursilería. La del salto de cama no se me parecía en nada a las repipis y
relamidas pelis de Sisi que yo nunca soporté de niña.
Me pasé 40
años leyendo sobre ella y LA Dinastía, todo lo editado en inglés y español.
Llegué a querer más al marido. A ella la dejé como uno de esos seres que nacen dos
en un siglo.
En primer
lugar hay que comprender que si Elisabeth hubiera sido una emperatriz como debería de haber sido,
jamás hubiera sido tan famosa. En segundo lugar, ha sido la emperatriz más
grande de Austria porque es la única que le da categoría de mito verdadero a LA
Dinastía Habsburgo en el XIX, sin encarnar el poder real de la gran María Teresa.
Cuando a los
dieciséis años la casan con el Emperador, ella es una cría que no sabía muy
bien lo que hacía, como cualquier chica a su edad. Es injusto achacarle que no
se portara como era debido, ella desconocía el berenjenal de la Corte austriaca,
muy distinta a la bávara de donde tampoco era muy asidua.
MITOS
SISIANOS
La belleza de Isabel
Cuestión
esencial: ¿era tan bella Elisabeth? Sí, lo era. No era fotogénica, dicho por su
marido, tampoco la fotografía de entonces era tan buena y la pintura ya sabemos
que puede dar una imagen no real, pero están todos los testimonios de las personas
que en su presencia enmudecían ante su deslizante paso. Por lo que hay que
deducir que aparte de guapa, tenía aura, era enigmática, lejana y distante, de hablar bajo y todo ello confiere a la persona un aire y gracia especial, más en un siglo tan
particular y romántico como el XIX. Todas las hijas, nietas y nietos de Luis I
de Baviera eran guapos, los Wittelsbach eran quizás la familia real más guapa
de Europa, no por ello menos tarada.
Elisabeth
como buena bávara era muy alta y espigada, de huesos largos y estrechos que se
trasladaba en unos hombros breves y rectos, una cintura muy fina ayudada por un
corsé, con caderas pequeñas y armoniosas, nada de caderas cuadradas o muslos de
jacas. Con lo cual el material genético para la anorexia ya venía de fábrica. Todo su cuerpo era muy proporcionado y armónico, una figura como la de
Grace Kelly en su juventud, ni tan siquiera Carolina, que siempre fue más mediterránea.
Es normal que de jovencita Elisabeth fuera algo más llenita y a en la veintena y madurez
(antes se maduraba más tarde que ahora) su rostro y facciones se perfilaran
más.
Cuando la Emperatriz comprende que el único y gran poder que tiene sobre su marido y el mundo es su belleza,
entonces se hace esclava de ella y como buena neurótica compulsiva se pasa
horas dedicada a cultivar su mejor arma: el físico. Y no hay más misterio.
Elisabeth
anoréxica. ¡No!
Comía poco
porque nunca fue de gran apetito, en nuestra época hubiera sido vegetariana (no vegana),
pero se daba sendos atracones de pasteles porque le encantaba el dulce y la repostería
vienesa de Demel, el pastelero de la Corte. Pero no hay un solo testimonio entre sus biógrafos que
indique que después de esos atracones se indujera al vómito, con lo cual era "bulímica" y lo de anorexia era su naturaleza esbelta y el diagnostico de la modernidad,
para mi un anoréxico tiene otras características físicas, mentales y mucho más rígidas
que las que comportó Elisabeth en vida. Si al final de sus días su piel estaba
cuarteada eso sucede con muchas personas de tez muy fina y los alemanes tienden
a ello, porque tampoco es que fuera fumadora en cadena, ni que la nicotina de entonces fuera la de hoy.
Elisabeth era neurótica, angustiada y culta, muy culta.
Es cierto
que era muy neurótica, el mundo está llenos de neuróticos que hoy tienen
modernos tratamientos médicos y viven en paz, pero normalmente las personas muy
cultas, aunque intenten dar una sensación de alegría y normalidad, son gente
muy depresiva y viven en una angustia existencial grande porque comprenden lo fútil
de nuestras vidas, más cuando ya las personas no son tan religiosas y la Emperatriz
no lo era, como ya no lo era mucha gente en su tiempo. Ahora, cuando no lo es
casi nadie, imaginaros como somos de neuróticos. La religión nos ayuda a
soportar la vida, si es que es tenemos una fe verdadera y no de postureo. A la
Emperatriz cuando más le gustaba mucho el espiritismo, tan en boga en su época. Muchas veces invocó el fantasma de su hijo, sin el menor resultado. Se sentía culpable por no haber comprendido al hijo amado que tanto se le parecía.
Era una gran lectora que leyó a los grandes de su tiempo, sentía un deseo profundo por cultivar su alma y su espíritu.
Era una gran lectora que leyó a los grandes de su tiempo, sentía un deseo profundo por cultivar su alma y su espíritu.
Elisabeth
era egoísta
Pues sí, si
usted es la mujer de un hombre rico, locamente enamorado y está acostumbrada a
salirse con la suya, seguro que también lo será. El Emperador nunca le impuso
sus deberes de Emperatriz, solo le rogaba, le permitió vivir como a ella le vino en gana, todo antes de perderla. Ella supo tener ascendente sobre él
para poder hacer su santa voluntad.
¿Se amaban
los emperadores?
Y tanto que sí. Claro
que no como un fontanero y su mujer costurera, sino como lo que eran y a la
clase social a la que pertenecían. Ella se casó por amor, sentía celos
profundos de las mujeres que se acercaban al Emperador. La pasión se le fue
unos años después del comienzo del matrimonio, él en cambio, la amó toda la vida, a pesar de sus amantes condesas.
Elisabeth lo respetaba y apreciaba, se compadecía de Francisco José y sus
grandes cargas y en los momentos que la necesitó siempre estuvo a su lado como
la más solicita de las esposas, apoyándolo. Jamás lo criticó más allá del
estrecho círculo de sus hijos. Una familia disfuncional y un matrimonio, en realidad, perfecto. Gran paradoja. Le buscó una amante a su marido ya muy de mayores, y bien que se encargó de que Catalina, "la amiga", no fuera de la nobleza con lo cual jamás podría hacer sombra a su posición social. Era una practica común en la época, como lo fue antes de la revolución francesa en las clases altas.
Elisabeth era republicana
No, no y no.
La Emperatriz en los muchos momentos de desencanto que tenía en su vida, solía
soltar frases que hemos sacado fuera de contexto para decir todo tipo de
barbaridades sobre ella.
¿Republicana
una mujer que no permitía que nadie se dirigiera a ella si no era como “Su
Majestad”? ¿Republicana una mujer que lo primero que solía recordar es que ella
era “la mujer del Emperador de Austria”? ¿Republicana una mujer que jamás pisó casa alguna de campesino ni se compadeció del sufrimiento ajeno porque ni se
enteró de éste hasta que su hijo Rodolfo se lo comunicó ya de adulto? Solo le
gustaba visitar manicomios que era con lo que ella se sentía identificada y, en
su juventud, se preocupó de que los presos no fueran encadenados, práctica que se
abolió en Viena a raíz del matrimonio imperial. Fue su única muestra de
solidaridad con los de abajo, con los de arriba tampoco las tenía porque Sisi
no fue una mujer solidaria para nada, como sí lo fue Eugenia de Montijo, pero fueron trayectorias muy distintas.
Así que
concluimos, ¿era republicana quien hace todo lo posible por ayudar al marido a
recuperar la Lombardía?
¿Republicana
quién tanto recriminó a su primo Luis II de Baviera que no ayudara a su hermana
la reina de Nápoles a conservar su trono de esos italianos que están acabando
con ‘’los nuestros’’? Los nuestros, los suyos: la realeza.
Iba por el
mundo en un yate de 70 esloras y un séquito de 60 personas, vamos, de un
republicanismo supremo…
No perdonó a su hermana la pequeña Sophie que se escapará con el fotógrafo a Venecia dejando a su marido el duque de Alençon que la maltrataba..., que moderna era Sisi...
No perdonó a su hermana la pequeña Sophie que se escapará con el fotógrafo a Venecia dejando a su marido el duque de Alençon que la maltrataba..., que moderna era Sisi...
Ni
republicana, ni loca, ni anoréxica, una hermosa mujer algo neurótica y egoísta que supo sacar
partido de su belleza y que tuvo momentos de alegría y muchos, muchos de pena,
como cualquier vida humana: lo que sucede es que la suya fue la de una
emperatriz.
¿Tuvo
amantes?
No, no los tuvo
porque era frígida. Solía involucrarse románticamente con los hombres, pero el
amor físico no estaba hecho para ella. No tenía una libido muy desarrollada y
lo que le gustaba y disfrutaba era ser admirada por su belleza. El gran amor de su vida fue sin duda el húngaro Andrassy, pero jamás se vieron a solas.
Cuando su
hijo se suicida en Mayerling ella se derrumba (porque fue de facto un suicidio, me consta). Es normal y se estremece porque nada de su sangre, dice, quedará en
el trono de Austria, pero siguió viviendo. Fue ella quién diera la noticia a su marido, y poco después, se desprendió de su amada hija María Valeria para dejar que ésta se casará con el
hombre elegido, un archiduque de rango inferior. ¿Tan loca estaba alguien que encaja con tanta fortaleza los golpes de la vida y sigue viviendo a como dé lugar?
¿Fue desconsiderada? Ni cuenta se dio de ello. Fue simplemente la mujer de un emperador a la que le pesaba
su tarea como emperatriz. Al final tanto cultivó su belleza y alma que, sin quererlo, contribuyó a que la historia sacrificara su verdadera memoria por la eterna gloria
y fama de una Austria tan poco querida por ella.
jueves, 3 de octubre de 2019
Kiki era Montparnasse
Kiki era Montparnasse
(Sé que hoy en día todos estos mundos están más que documentados, pero a mi me puede una pequeña vanidad: yo los conocí en 1977, mucho antes de que Internet llegará y los hiciera famosos. Además, es mi visión personal).
Kiki de Montparnasse (Alice Prin) nació en la Borgoña
francesa en 1901, hija de madre soltera con varios hijos. Fue criada por su
abuela en un medio muy pobre, pero donde Alice fue muy feliz y siempre quiso
mucho a la abuela.
Kiki no es una demi-mondaine al uso porque siempre vivió de su trabajo: un poco como prostituta en sus comienzos y luego como modelo de artistas, pintora, cantante, y propietaria de un café. Fue una mujer muy polifacética. Muy amiga de sus amigos, por muchos de ellos se jugó el pellejo durante la ocupación. Su fama en Montparnasse llegó a ser tan grande que la nombraron la reina de Montparnasse, quien no era amigo de Kiki no era nadie en Montparnasse. Siempre se la podía encontrar en la terraza de La Select, Le Rotonde y Le Dome, rodeada de sus amigos artistas.
Dicen ahora que aquel era un tiempo muy difícil y un mundo que
nosotros hemos idealizado. Pero realmente cuando uno lee las memorias de toda
esta grey, encuentra en ellos mucha nostalgia de aquellos años, pese a los momentos
de pobreza (que no siempre fueron tales), había un espíritu muy solidario -no con
el que vivía a 14 mil kilómetros de nosotros- sino para con el vecino de al lado.
Los grandes barrios de las grandes ciudades eran como grandes pueblos, donde la
gente ayudaba sin juzgar mucho y fue el París de entreguerras una sociedad muy
libre y abierta.
Cuando Kiki cumplió trece años su madre la mandó a buscar a París, no para que fuera a estudiar, sino a trabajar en una panadería. Allí la vida de Kiki daría un giro total. Cansada de ser la criada en una panadería, hace su primer posado para el pintor ruso Maurice Mendizkey y luego para Foujita, Modi, Picasso y otros. La joven Kiki se ve va ganando la vida bastante bien. Unos años después la encontramos envuelta en abrigos de pieles en los años esplendorosos de su juventud, en su amado barrio de Montparnasse de donde apenas si salía, solo de compras a los grandes almacenes de La Samaritaine o Au Printemps, que eran sus favoritos.
En los primeros años de la década del veinte conoce al fotógrafo norteamericano Man Ray, quien fuera el gran amor de su vida, y permanecieron juntos siete años. Ray la inmortalizó en el Violín de Ingres (Paul Getty Museum). Con Man vivió en el Hôtel Raspail, 232 del Blvd. Raspail, una de las principales arterias del barrio, son los años gloriosos de The Jockey, el famoso cabaret de Montparnasse donde son asiduos a oír jazz.
Kiki tenía un rostro interesante: nariz larga y afilada, una cara muy ovalada y una inmensa sonrisa de dientes perfectos, grandes y blancos en sus profundos y coquetos labios muy pintados de un rojo carmesí, al igual que el intenso maquillaje con los que resaltaba sus grandes ojos negros. Su rostro era muy blanco y su pelo muy negro, con un corte estilo bob.
En esos años llegó a ser una pintora con algo de talento y siguió pintando toda su vida. Fueron los veranos cuando iba con Man Ray a Villa-franche-sur-mer y a Biarritz. Con Man no mantenían una relación regular al uso, pero ambos se amaron mucho y se deben la inmortalidad el uno al otro. Kiki terminó harta de sufrir de celos por culpa de Man Ray y lo dejó por Henri Broca.
Durante la década del treinta, Kiki abre el cabaret L’Oasis que luego pasaría a ser Chez Kiki, pero que terminó cerrando porque se acercaban los años de la guerra y nuestra musa no tenía madera de empresaria. Kiki era una mujer de barrios parisinos, no le gustaba alternar con los círculos de clases altas, a los que fue invitada. Allí se sentía rara y fuera de sitio. Ella hablaba con el típico argot parisino: una mujer libre, una bohemia total y nunca le interesó para nada pillar un marido millonario.
En los últimos años de su vida fue cantante en distintos cabarets del barrio, y era acompañada por su nuevo amante el acordeonista Dédé Laroque, que a su manera la quiso y la cuidó hasta el final de sus días.
Kiki intentó y logró salvar muchos amigos de la persecución nazi, poniéndose ella misma en peligro, hasta que no le quedó más remedio que huir al sur de Francia. Al terminar la guerra París había cambiado y también Kiki, ahora era una mujer muy gorda y enganchada a las drogas y al alcohol. Aún así Man Ray trató de ayudarla cuando regresó a París acompañado de su esposa. Kiki lo recibió con alegría, pero nada pudo hacer su antiguo amor por ella. Murió en una salida a la calle de un ataque de hidropesía en 1953.
Cuando murió toda la colonia artística de París la acompañó al cementerio de Thiais, donde está enterrada. A su muerte los grandes días de Montparnasse habían terminado y el propio Foujita se fue para siempre de Montparnasse. Man Ray la lloró y recordó toda su vida, como la joven modelo que había conocido y amado en aquel París que ya tampoco volvería a ser el mismo.
Me hubiera gustado conocer a esta musa de Montparnasse y ser su amiga. Cuando la descubrí yo era también muy joven, aún ella no era tan famosa, pero me impactó su sentido pleno de la libertad y su solidaridad con el que estaba a su lado, su manera de reír y de ser feliz.
(Se pueden conseguir las Memorias de Kiki, escritas por ella, así como su biografía “Kiki de Montparnasse” en comics de Catel & Bouquet (www.sinsentido.es) que son divertidísimas, y es asomarse genialmente a la época, si nos interesa. También “El París de Kiki” de Billy Klüver y Julie Martin de TusQuest Editores es muy bueno. Todos en español).
Kiki no es una demi-mondaine al uso porque siempre vivió de su trabajo: un poco como prostituta en sus comienzos y luego como modelo de artistas, pintora, cantante, y propietaria de un café. Fue una mujer muy polifacética. Muy amiga de sus amigos, por muchos de ellos se jugó el pellejo durante la ocupación. Su fama en Montparnasse llegó a ser tan grande que la nombraron la reina de Montparnasse, quien no era amigo de Kiki no era nadie en Montparnasse. Siempre se la podía encontrar en la terraza de La Select, Le Rotonde y Le Dome, rodeada de sus amigos artistas.
Retratada por Kisling.
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Cuando Kiki cumplió trece años su madre la mandó a buscar a París, no para que fuera a estudiar, sino a trabajar en una panadería. Allí la vida de Kiki daría un giro total. Cansada de ser la criada en una panadería, hace su primer posado para el pintor ruso Maurice Mendizkey y luego para Foujita, Modi, Picasso y otros. La joven Kiki se ve va ganando la vida bastante bien. Unos años después la encontramos envuelta en abrigos de pieles en los años esplendorosos de su juventud, en su amado barrio de Montparnasse de donde apenas si salía, solo de compras a los grandes almacenes de La Samaritaine o Au Printemps, que eran sus favoritos.
En los primeros años de la década del veinte conoce al fotógrafo norteamericano Man Ray, quien fuera el gran amor de su vida, y permanecieron juntos siete años. Ray la inmortalizó en el Violín de Ingres (Paul Getty Museum). Con Man vivió en el Hôtel Raspail, 232 del Blvd. Raspail, una de las principales arterias del barrio, son los años gloriosos de The Jockey, el famoso cabaret de Montparnasse donde son asiduos a oír jazz.
Kiki tenía un rostro interesante: nariz larga y afilada, una cara muy ovalada y una inmensa sonrisa de dientes perfectos, grandes y blancos en sus profundos y coquetos labios muy pintados de un rojo carmesí, al igual que el intenso maquillaje con los que resaltaba sus grandes ojos negros. Su rostro era muy blanco y su pelo muy negro, con un corte estilo bob.
En esos años llegó a ser una pintora con algo de talento y siguió pintando toda su vida. Fueron los veranos cuando iba con Man Ray a Villa-franche-sur-mer y a Biarritz. Con Man no mantenían una relación regular al uso, pero ambos se amaron mucho y se deben la inmortalidad el uno al otro. Kiki terminó harta de sufrir de celos por culpa de Man Ray y lo dejó por Henri Broca.
"El violin de Ingres", ambas fotos por Man Ray, la primera es el gran clásico |
Durante la década del treinta, Kiki abre el cabaret L’Oasis que luego pasaría a ser Chez Kiki, pero que terminó cerrando porque se acercaban los años de la guerra y nuestra musa no tenía madera de empresaria. Kiki era una mujer de barrios parisinos, no le gustaba alternar con los círculos de clases altas, a los que fue invitada. Allí se sentía rara y fuera de sitio. Ella hablaba con el típico argot parisino: una mujer libre, una bohemia total y nunca le interesó para nada pillar un marido millonario.
En los últimos años de su vida fue cantante en distintos cabarets del barrio, y era acompañada por su nuevo amante el acordeonista Dédé Laroque, que a su manera la quiso y la cuidó hasta el final de sus días.
Kiki intentó y logró salvar muchos amigos de la persecución nazi, poniéndose ella misma en peligro, hasta que no le quedó más remedio que huir al sur de Francia. Al terminar la guerra París había cambiado y también Kiki, ahora era una mujer muy gorda y enganchada a las drogas y al alcohol. Aún así Man Ray trató de ayudarla cuando regresó a París acompañado de su esposa. Kiki lo recibió con alegría, pero nada pudo hacer su antiguo amor por ella. Murió en una salida a la calle de un ataque de hidropesía en 1953.
Cuando murió toda la colonia artística de París la acompañó al cementerio de Thiais, donde está enterrada. A su muerte los grandes días de Montparnasse habían terminado y el propio Foujita se fue para siempre de Montparnasse. Man Ray la lloró y recordó toda su vida, como la joven modelo que había conocido y amado en aquel París que ya tampoco volvería a ser el mismo.
Me hubiera gustado conocer a esta musa de Montparnasse y ser su amiga. Cuando la descubrí yo era también muy joven, aún ella no era tan famosa, pero me impactó su sentido pleno de la libertad y su solidaridad con el que estaba a su lado, su manera de reír y de ser feliz.
(Se pueden conseguir las Memorias de Kiki, escritas por ella, así como su biografía “Kiki de Montparnasse” en comics de Catel & Bouquet (www.sinsentido.es) que son divertidísimas, y es asomarse genialmente a la época, si nos interesa. También “El París de Kiki” de Billy Klüver y Julie Martin de TusQuest Editores es muy bueno. Todos en español).
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