Lo leía mi bisabuelo, mi abuela, mis tíos, yo y mi hija. Aun
cuando dicen que no estaba de moda. Sus libros los vi en las estanterías desde
que tengo uso de razón. Su María Estuardo fue mi segundo libro de historia en
mi primera adolescencia. Gracias a él comprendí la diferencia entre catolicismo
y protestantismo y lo enrevesado que puede sonar el mundo centroeuropeo al
mundo mediterráneo más ligero y diáfano. Jamás leí “Carta de una desconocida”. Sé
que no había tal desconocida… Stefan Zweig dijo que había nacido en un país desaparecido
y se me quedó grabado...
Quizás por todo esto tenía yo demasiadas expectativas en
una película sobre su vida. Ya sabemos la dificultad que entrañan este tipo de
biopics, pero aquí era, a mi juicio, tan sencillo: recrear su palabra. Sin
embargo, ni el hombre ni el escritor asoman, o lo hace tan fríamente que no se logra penetrar en el alma tan conocida de uno de los autores más sublimes del siglo XX.
Tampoco nada grato fue verlo en esa cotidianidad tan pequeñoburguesa de cualquier exiliado. Tratar de proyectarlo tan endemoniadamente
humano para no caer en el melodrama nos lo arroja desaborido y lo aleja totalmente
de sus textos. No es necesario recrear la condición humana de los genios, es
preferible quedarse en el genio. Tanta
cercanía agota.
En muy verídica la primera escena del gélido y abrumado Zweig tomando distancias
políticas del régimen alemán, sin criticarle ni pontificar, pero en la película
lo muestran como si se tratara de algo que no iba con el escritor. El actor
austriaco Josef Hader intentando transmitir en todo momento la depresión del
autor, más bien nos regala un Zweig anodino y distraído con la mirada perdida
todo el tiempo en el espacio, sin muchos registros ni una buena caracterización
física. Solo cuando se encuentra con su primera mujer parece cobrar aliento: con
ella se puede quejar libremente de la vida.
Honestamente la manera en que abordan sus últimos años transcurridos
en un Brasil agobiante entre el calor y la simpatía exuberante de sus
habitantes, dan ganas de salir huyendo del cine. A Zweig le gustó ese mundo, era agradecido como
toda persona bien nacida, pero aquello no era lo suyo… Es lo único que
vagamente, sin ofender, se atreven a insinuar los realizadores sobre las circunstancias del desterrado autor. Sabemos
que las razones de su suicidio no fueron estrictamente políticas, la depresión
no era nada nuevo en su vida. El exilio lógicamente la agudiza. En suma el film
te deja con ese sabor de: “era un escritor muy famoso, vendido y solicitado”,
pero nada más, sus textos aparecen mezclados en diálogos automatizados, sin la vibrante
fuerza y la reflexión pura que en todo momento le caracterizó.
Y termino comentado que la manida frase del pasaporte no podía faltar, claro. Él hablaba de antes de 1914. Se toma un aspecto único de Zweig: el multiculturalista, que no fue exactamente así, pues él nació en otro mundo donde los pueblos eran distintos, pero no tan distintos como quieren hacernos ver hoy. No creo que sea un buen film para los que conocemos su obra, y para los que no la conocen será una especie de Sisi: se llevarán una imagen falsa del autor, pero acorde al pensamiento imperante. El Zweig inmenso de “El mundo de ayer” y “Momentos estelares de la humanidad”, brilla por su ausencia.
Y termino comentado que la manida frase del pasaporte no podía faltar, claro. Él hablaba de antes de 1914. Se toma un aspecto único de Zweig: el multiculturalista, que no fue exactamente así, pues él nació en otro mundo donde los pueblos eran distintos, pero no tan distintos como quieren hacernos ver hoy. No creo que sea un buen film para los que conocemos su obra, y para los que no la conocen será una especie de Sisi: se llevarán una imagen falsa del autor, pero acorde al pensamiento imperante. El Zweig inmenso de “El mundo de ayer” y “Momentos estelares de la humanidad”, brilla por su ausencia.