Kiki de Montparnasse

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domingo, 6 de octubre de 2019

La Emperatriz Isabel


La Emperatriz Isabel








Elisabeth von Wittelsbach, Emperatriz de Austria-Hungría.



Nieta del rey de Baviera, pero que no ruenía los 16 antepasados de rigor- que no quiere decir 16 generaciones de nobles- sino ocho tatarabuelos nobles, en su caso se coló una tatarabuela norteamericana por la parte paterna del duque Max.

Primero os ruego que me leáis con calma, paso a paso, no voy a ser muy retórica, iré al grano.

Vamos a dejar a un lado los lugares comunes: de que si era duquesa “en” Baviera, de que no se lavaba los dientes, de que era anoréxica y cocainómana (lo cual era casi toda la alta sociedad vienesa, pero la coca no estaba procesada en los laboratorios de Colombia), que si la suegra le quitó a los hijos... Algo que de hecho sí la afectó mucho, pero después lo olvidó. Austria ha hecho de todo ella una leyenda que le ha salido la mar de rentable, no solo a Viena, sino a muchos y muchas.

Desmitifiquemos a Elisabeth en un sentido u otro. Ni Sisi, ni mujer adelantada a su tiempo porque fumaba o se tatuó un ancla, ello viene de su rebeldía y amor al mar, que para ella representaba la libertad como toda romántica de su tiempo. Por favor, nos debe estar odiando desde donde quiera que esté. La importancia de Elisabeth no era su procedencia, sino estribaba en ella, en ser quién fue y en su atemporalidad, fue más bien una mujer universal y renacentista.

Sus mejores biógrafos fueron: Egon Caesar Conte Corti (un poco laudatorio pero uno de los primeros en investigarla) y el checo Karl Tschuppik, la más famosa y su gran detractora: Brigitte Hamann, buena investigadora pero muy parcial, en ella se basa las medias verdades de la exposición de Viena. La culebrónica Hamann casi que la pone como una loca perdida al final de sus días, dan ganas de llorar, por cierto falleció hace poco. Katrin Unterreiner la trata bastante bien.

Yo llegué a Viena una mañana de 1980 y me enamoré de aquel retrato de una mujer enigmática en salto de cama con una frondosa cabellera oscura que caía en cascadas sobre sus hombros y espaldas. La nariz y la frente de un meridiano perfil griego. Creo que Winterhalter supo captar toda su aura en ese retrato con maestría. Luego, cuando vi el retrato de las estrellitas no podía dar crédito que fuera la misma persona, y lo encontré una cursilería. La del salto de cama no se me parecía en nada a las repipis y relamidas pelis de Sisi que yo nunca soporté de niña.

Me pasé 40 años leyendo sobre ella y LA Dinastía, todo lo editado en inglés y español. Llegué a querer más al marido. A ella la dejé como uno de esos seres que nacen dos en un siglo.

En primer lugar hay que comprender que si Elisabeth hubiera sido una emperatriz como debería de haber sido, jamás hubiera sido tan famosa. En segundo lugar, ha sido la emperatriz más grande de Austria porque es la única que le da categoría de mito verdadero a LA Dinastía Habsburgo en el XIX, sin encarnar el poder real de la gran María Teresa.

Cuando a los dieciséis años la casan con el Emperador, ella es una cría que no sabía muy bien lo que hacía, como cualquier chica a su edad. Es injusto achacarle que no se portara como era debido, ella desconocía el berenjenal de la Corte austriaca, muy distinta a la bávara de donde tampoco era muy asidua.


MITOS SISIANOS



La belleza de Isabel

Cuestión esencial: ¿era tan bella Elisabeth? Sí, lo era. No era fotogénica, dicho por su marido, tampoco la fotografía de entonces era tan buena y la pintura ya sabemos que puede dar una imagen no real, pero están todos los testimonios de las personas que en su presencia enmudecían ante su deslizante paso. Por lo que hay que deducir que aparte de guapa, tenía aura, era enigmática, lejana y distante, de hablar bajo y todo ello confiere a la persona un aire y gracia especial, más en un siglo tan particular y romántico como el XIX.  Todas las hijas, nietas y nietos de Luis I de Baviera eran guapos, los Wittelsbach eran quizás la familia real más guapa de Europa, no por ello menos tarada.

Elisabeth como buena bávara era muy alta y espigada, de huesos largos y estrechos que se trasladaba en unos hombros breves y rectos, una cintura muy fina ayudada por un corsé, con caderas pequeñas y armoniosas, nada de caderas cuadradas o muslos de jacas. Con lo cual el material genético para la anorexia ya venía de fábrica. Todo su cuerpo era muy proporcionado y armónico, una figura como la de Grace Kelly en su juventud, ni tan siquiera Carolina, que siempre fue más mediterránea. Es normal que de jovencita Elisabeth fuera algo más llenita y a en la veintena y madurez (antes se maduraba más tarde que ahora) su rostro y facciones se perfilaran más.

Cuando la Emperatriz comprende que el único y gran poder que tiene sobre su marido y el mundo es su belleza, entonces se hace esclava de ella y como buena neurótica compulsiva se pasa horas dedicada a cultivar su mejor arma: el físico. Y no hay más misterio.

Elisabeth anoréxica. ¡No!

Comía poco porque nunca fue de gran apetito, en nuestra época hubiera sido vegetariana (no vegana), pero se daba sendos atracones de pasteles porque le encantaba el dulce y la repostería vienesa de Demel, el pastelero de la Corte. Pero no hay un solo testimonio entre sus biógrafos que indique que después de esos atracones se indujera al vómito, con lo cual era "bulímica" y lo de anorexia era su naturaleza esbelta y el diagnostico de la modernidad, para mi un anoréxico tiene otras características físicas, mentales y mucho más rígidas que las que comportó Elisabeth en vida. Si al final de sus días su piel estaba cuarteada eso sucede con muchas personas de tez muy fina y los alemanes tienden a ello, porque tampoco es que fuera fumadora en cadena, ni que la nicotina de entonces fuera la de hoy.


Elisabeth era neurótica, angustiada y culta, muy culta.

Es cierto que era muy neurótica, el mundo está llenos de neuróticos que hoy tienen modernos tratamientos médicos y viven en paz, pero normalmente las personas muy cultas, aunque intenten dar una sensación de alegría y normalidad, son gente muy depresiva y viven en una angustia existencial grande porque comprenden lo fútil de nuestras vidas, más cuando ya las personas no son tan religiosas y la Emperatriz no lo era, como ya no lo era mucha gente en su tiempo. Ahora, cuando no lo es casi nadie, imaginaros como somos de neuróticos. La religión nos ayuda a soportar la vida, si es que es tenemos una fe verdadera y no de postureo. A la Emperatriz cuando más le gustaba mucho el espiritismo, tan en boga en su época. Muchas veces invocó el fantasma de su hijo, sin el menor resultado. Se sentía culpable por no haber comprendido al hijo amado que tanto se le parecía.

Era una gran lectora que leyó a los grandes de su tiempo, sentía un deseo profundo por cultivar su alma y su espíritu.

Elisabeth era egoísta

Pues sí, si usted es la mujer de un hombre rico, locamente enamorado y está acostumbrada a salirse con la suya, seguro que también lo será. El Emperador nunca le impuso sus deberes de Emperatriz, solo le rogaba, le permitió vivir como a ella le vino en gana, todo antes de perderla. Ella supo tener ascendente sobre él para poder hacer su santa voluntad.

¿Se amaban los emperadores?

Y tanto que sí. Claro que no como un fontanero y su mujer costurera, sino como lo que eran y a la clase social a la que pertenecían. Ella se casó por amor, sentía celos profundos de las mujeres que se acercaban al Emperador. La pasión se le fue unos años después del comienzo del matrimonio, él en cambio, la amó toda la vida, a pesar de sus amantes condesas. Elisabeth lo respetaba y apreciaba, se compadecía de Francisco José y sus grandes cargas y en los momentos que la necesitó siempre estuvo a su lado como la más solicita de las esposas, apoyándolo. Jamás lo criticó más allá del estrecho círculo de sus hijos. Una familia disfuncional y un matrimonio, en realidad, perfecto. Gran paradoja. Le buscó una amante a su marido ya muy de mayores, y bien que se encargó de que Catalina, "la amiga", no fuera de la nobleza con lo cual jamás podría hacer sombra a su posición social. Era una practica común en la época, como lo fue antes de la revolución francesa en las clases altas.


Elisabeth era republicana

No, no y no. La Emperatriz en los muchos momentos de desencanto que tenía en su vida, solía soltar frases que hemos sacado fuera de contexto para decir todo tipo de barbaridades sobre ella.

¿Republicana una mujer que no permitía que nadie se dirigiera a ella si no era como “Su Majestad”? ¿Republicana una mujer que lo primero que solía recordar es que ella era “la mujer del Emperador de Austria”? ¿Republicana una mujer que jamás pisó casa alguna de campesino ni se compadeció del sufrimiento ajeno porque ni se enteró de éste hasta que su hijo Rodolfo se lo comunicó ya de adulto? Solo le gustaba visitar manicomios que era con lo que ella se sentía identificada y, en su juventud, se preocupó de que los presos no fueran encadenados, práctica que se abolió en Viena a raíz del matrimonio imperial. Fue su única muestra de solidaridad con los de abajo, con los de arriba tampoco las tenía porque Sisi no fue una mujer solidaria para nada, como sí lo fue Eugenia de Montijo, pero fueron trayectorias muy distintas. 

Así que concluimos, ¿era republicana quien hace todo lo posible por ayudar al marido a recuperar la Lombardía?

¿Republicana quién tanto recriminó a su primo Luis II de Baviera que no ayudara a su hermana la reina de Nápoles a conservar su trono de esos italianos que están acabando con ‘’los nuestros’’? Los nuestros, los suyos: la realeza.

Iba por el mundo en un yate de 70 esloras y un séquito de 60 personas, vamos, de un republicanismo supremo…

No perdonó a su hermana la pequeña Sophie que se escapará con el fotógrafo a Venecia dejando a su marido el duque de Alençon que la maltrataba..., que moderna era Sisi...

Ni republicana, ni loca, ni anoréxica, una hermosa mujer algo neurótica y egoísta que supo sacar partido de su belleza y que tuvo momentos de alegría y muchos, muchos de pena, como cualquier vida humana: lo que sucede es que la suya fue la de una emperatriz.

¿Tuvo amantes?

No, no los tuvo porque era frígida. Solía involucrarse románticamente con los hombres, pero el amor físico no estaba hecho para ella. No tenía una libido muy desarrollada y lo que le gustaba y disfrutaba era ser admirada por su belleza. El gran amor de su vida fue sin duda el húngaro Andrassy, pero jamás se vieron a solas.

Cuando su hijo se suicida en Mayerling ella se derrumba (porque fue de facto un suicidio, me consta). Es normal y se estremece porque nada de su sangre, dice, quedará en el trono de Austria, pero siguió viviendo. Fue ella quién diera la noticia a su marido, y poco después, se desprendió de su amada hija María Valeria para dejar que ésta se casará con el hombre elegido, un archiduque de rango inferior. ¿Tan loca estaba alguien que encaja con tanta fortaleza los golpes de la vida y sigue viviendo a como dé lugar?

¿Fue desconsiderada? Ni cuenta se dio de ello. Fue simplemente la mujer de un emperador a la que le pesaba su tarea como emperatriz. Al final tanto cultivó su belleza y alma que, sin quererlo, contribuyó a que la historia sacrificara su verdadera memoria por la eterna gloria y fama de una Austria tan poco querida por ella.




Una muy joven Elisabeth




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