Kiki de Montparnasse

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lunes, 17 de abril de 2017

EI DANDI

UMBERTO ECO Y CHARLES BAUDELAIRE



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Los primeros indicios de un culto a lo excepcional se producen con el dandismo. El dandi nace en la sociedad inglesa de la Regencia, en los primeros decenios del siglo XIX, con George Brummel, que no es un artista ni un filósofo que reflexiona sobre la belleza y el arte. El amor a la belleza y a la excepcionalidad se manifiesta en él en los hábitos y en el vestir. La elegancia, que se identifica con la simplicidad (llevada hasta la extravagancia), se une al gusto por la frase desconcertante y el gesto provocador. Como ejemplo sublime de hastío aristocrático y de desprecio por la opinión, común, se cuenta que en cierta ocasión lord Brummel cabalgaba con su mayordomo por una colina y, viendo, desde lo alto de dos lagos, preguntó a un sirviente: “¿Cuál de los dos prefiero?”. Como diría más tarde Villiers de l’Isle Adam: “¿Vivir? Nuestros sirvientes piensan en ello por nosotros”.

En los años de la Restauración y durante la monarquía de Luis Felipe, el dandismo (siguiendo la moda de la anglomanía muy extendida) penetra en Francia, conquista hombres de mundo, poetas, novelistas famosos, y halla finalmente sus teóricos en Charles Baudelaire y Jules-Amedeé d’Aurevilly.

A finales de siglo, el dandismo regresa a Inglaterra, donde convertido en imitación de las modas francesas, serla practicado por Oscar Wilde y por el pintor Aubrey Beardsley. En Italia aparecen elementos de dandismo en algunos comportamientos de Gabriele D’Annunzio.

Mientras algunos artistas del siglo XIX entienden el ideal del arte por el arte como culto exclusivo, paciente, artesanal, a una obra a la que dedicar la propia vida para plasmar la belleza en un objeto, el dandi (e incluso artistas que pretenden ser a la vez dandis) entiende este ideal como culto a la propia vida pública, que hay que “trabajar”, modelar, como una obra de arte para convertirla en un ejemplo triunfante de belleza. No es que la vida esté dedicada al arte, es el arte el que se aplica a la vida. La vida como arte.

Cómo fenómeno de costumbres, el dandismo presenta sus propias contradicciones. No es una rebelión contra la sociedad burguesa y sus valores (culto al dinero y la técnica), porque a fin de cuentas es una manifestación marginal de esta sociedad, evidentemente no revolucionario sino aristocrática (aceptada como adorno excéntrico). A veces el dandismo se manifiesta como oposición a los prejuicios y a las costumbres corrientes, y de ahí que a algunos dandis les parezca significativa la opción de la homosexualidad, que en aquella época era totalmente inaceptable y penalmente punible (es bien conocido el doloroso proceso contra Oscar Wilde).

Umberto Eco (Historia de la belleza)



Jules-Amédée Barbey d´Aurevilly


El perfecto dandi

CHARLES BAUDELEIRE

El pintor de la vida moderna, 1869

La idea que el hombre se forma de la belleza se imprime en toda su indumentaria, arruga o estira su traje, afina o endurece su gesto y penetra incluso sutilmente, con el tiempo, en los rasgos de su rostro. El hombre acaba pareciéndose a lo que querría ser. El hombre rico, ocioso, algo escéptico, que no tiene más ocupación que correr detrás de la fortuna; el hombre que ha crecido en el lujo y está acostumbrado desde la juventud a la obediencia de los otros hombres, que no tiene más profesión que la elegancia, tendrá siempre, en todas las épocas, una fisonomía distinta, diferente a cualquier otra. El dandismo es una institución vaga, extravagante, como el duelo. (…) El dandi no tiende al amor como a un fin especial. (…) El dandi no aspira al dinero como a algo esencial; tendría bastante con un crédito infinito; de buen grado deja esta trivial pasión a los hombres vulgares.

El dandismo no es, como muchas personas poco reflexivas quieren creer, un exceso de aseo y de elegancia material. Estas cosas no son para el perfecto dandi más que un símbolo de la superioridad aristocrática de su espíritu. Así a sus ojos, deseosos sobre todo de distinción, la perfección del aseo consiste en la máxima simplicidad, que es, en realidad, la mejor forma de distinguirse. (…) Es, antes que nada, la necesidad ardiente de crearse una originalidad, contenida en los límites externos de las conveniencias. Una especie de culto a sí mismo, que puede sobrevivir a la búsqueda de la felicidad que se encuentra en los demás, en la mujer por ejemplo: que pude sobrevivir incluso a todo lo que se llama ilusión. Es el placer de sorprender y la satisfacción de no sorprenderse nunca.

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